Hace poco me propuse ponerme al día con las películas que se quedaron en mi lista de “tengo que verlas… algún día” del año pasado. Entre ellas estaba Challengers (2024), ese drama deportivo con Zendaya que, confieso, no me generaba demasiadas expectativas. “Otra película de deportes”, pensé. Pero, ¡qué sorpresa! Me enganchó desde los primeros minutos y me dejó pensando en cómo sus reflexiones trascienden la cancha y se cuelan incluso en mi amado pádel.
Porque, aunque yo lleve una pala en la mano en lugar de una raqueta, hay algo universal en los deportes que nos enfrenta a nosotros mismos: la presión, los egos, los errores, los triunfos efímeros y esa obsesión por ganar que a veces nos hace perder de vista lo importante. Y justo de eso va Challengers.
Tenis, pádel y esos partidos que se juegan fuera de la pista
La película gira alrededor de un triángulo amoroso (Zendaya, su esposo y su ex) donde el tenis es el cuarto personaje. Las rivalidades, los celos y las inseguridades se ventilan entre saques y revés, como si la cancha fuera un ring de emociones. Y aquí es donde pienso: ¿cuántas veces en el deporte hemos dejado que un mal día, un error o una discusión con la pareja afecte nuestro rendimiento?
En Challengers, el tenis es una metáfora de la vida:
- El partido no lo gana siempre el mejor técnicamente, sino el más fuerte mentalmente. Art, el personaje de Mike Faist, atraviesa una crisis de confianza, pero redescubre su pasión cuando deja de jugar por obligación y vuelve a hacerlo por amor al juego. ¿Les suena? Cuántas veces nos obsesionamos con ganar puntos y olvidamos disfrutar del juego.
- Las derrotas enseñan más que las victorias. Patrick (Josh O’Connor) es el outsider talentoso pero inconsistente, el que podría haber sido grande si no se hubiera dejado llevar por su propio caos. Su arco es un recordatorio de que el talento no basta sin disciplina… algo que aplica tanto al tenis como a cualquier deporte (¡o proyecto de vida!).
- El trabajo en equipo importa, incluso en deportes “individuales”. Tashi (Zendaya), tras dejar de jugar, se convierte en entrenadora. Su papel demuestra que nadie llega lejos completamente solo. En el pádel, por ejemplo, de nada sirve un buen golpe si no hay complicidad con tu pareja.
El punto final: ¿ganar o crecer?
Lo más interesante de Challengers es que el último partido (y final de la cinta) no tiene un ganador claro. Y justo ahí está la clave: no se trata de quién levanta el trofeo, se trata de lo que aprendes en el trayecto.
En el pádel, como en la vida, hay días en los que pierdes por puntos, días en los que la pelota se te rebela y días en los que, contra todo pronóstico, remontas. Pero lo que queda al final no es un simple marcador, es la pasión que le pones, las personas con las que compartes el juego y las lecciones que te llevas.
La próxima vez que entren a una pista (de tenis, de pádel o de la vida), recuerden: no jueguen sólo para ganar. Jueguen para sentir, para mejorar, para vibrar. Porque, como dice Tashi en la película: “El tenis no es un juego de buenos y malos. Es un juego de solitarios que se necesitan”.
Y eso, queridos lectores, es algo que todos entendemos… aunque llevemos una pala en lugar de una raqueta.