A sus 9 años, Diego Morales Cortés enfrentaba un desafío mayor al de cualquier niño de su edad: una desviación en ambos ojos afectaba su salud visual, su confianza, su cotidianidad en la escuela y su bienestar emocional. Gracias al apoyo del Dr. Toxqui y Eduardo Tovilla pudo darle un giro esperanzador a su historia. 

Originaria de Huaquechula, Puebla, la familia de Diego se enteró del apoyo gracias al presidente municipal de su comunidad. Él les habló del trabajo de la clínica especializada comandada por el Dr. Toxqui y de las posibilidades de acceder a una operación de corrección de estrabismo. No fue fácil confiar de inmediato, como bien cuenta su madre, Francisca Cortés Contreras, “al principio dudamos, porque tardaron en avisarnos… pensé que ya no se iba a poder hacer”. Sin embargo, la esperanza se mantuvo.

Antes de la operación, Diego experimentaba molestias constantes. Sus ojos se ponían rojos y, en una ocasión, incluso expulsó una telita blanca. Aunque las gotas ayudaron con los síntomas más visibles, el estrabismo persistía. A eso se sumaban los comentarios crueles en la escuela.  

Cuando por fin recibieron la noticia de que la cirugía estaba programada, todo fue rápido. En menos de diez días ya estaban en la clínica, y el trato fue cálido, ágil y profesional: “no se hicieron esperar mucho tiempo, luego pasamos”, recuerda la mamá.

El precio del procedimiento era imposible de costear por nosotros, pero gracias al apoyo recibido, la familia pudo acceder a él sin que esto se convirtiera en una barrera imposible de superar. “Fue esperanzador saber que sí existía una oportunidad para Diego”, nos contó su madre conmovida.

Si bien el impacto más notorio ha sido estético —Diego ahora tiene los ojos alineados—, el cambio va más allá de lo visible. La tranquilidad en casa ha aumentado, y aunque el desempeño escolar no se vio alterado radicalmente, la confianza de Diego al interactuar con los demás ha mejorado. “Cuando tienes un hijo con algún problema, las preocupaciones se multiplican… sobre todo por su salud y por la economía”, explica su madre. “Pero ahora estamos bien”.

Al mirar hacia atrás, la madre de Diego reflexiona sobre lo que les ayudó a salir adelante: “Mi consejo para otros padres es que insistan, que busquen apoyo, que no se queden callados. A veces parece que no hay opciones, pero sí las hay. Y cuando se trata de la salud de nuestros hijos, cualquier esfuerzo vale la pena”.

Su testimonio nos recuerda que detrás de cada intervención médica hay historias reales, rostros infantiles, familias que luchan por un mañana más claro —literal y emocionalmente. El caso de Diego es más que un ejemplo de éxito clínico: es una historia de fe, comunidad y del poder transformador de la solidaridad.

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